Cuenta la leyenda que a lo lejos, en el corazón del bosque,
hay una cabaña. Muchos dicen que está abandonada, pero otros dicen lo
contrario.
Varios testigos han declarado que han visto a una figura
misteriosa salir a la luz de la luna. Lo vieron corretear entre los árboles,
escurriéndose en el bosque hasta el punto en que su figura ya no se
distinguiera.
Otros dicen que es sólo una leyenda, y que la gente que lo
inventa no está cuerda, pero hubo un testigo que no solo fue testigo ocular de
lo que narraba, sino que tuvo un acercamiento más pronunciado para con esta
criatura.
El hombre había salido a caminar por el bosque a eso de las
1:30 a.m. ya que sufría de insomnio. Salió esa noche solo con la compañía de su
abrigo, unos cigarrillos, una linterna, su arma y la luz de la luna.
No quería explorar el bosque y mucho menos encontrarse con
esa criatura. Su intención no fue ir a buscarla, de hecho, no estaba informado
de la leyenda y de los numerosos testimonios que habían sido registrados aquella
última semana.
Acogido por la brisa de la madrugada, encendió un cigarrillo
y se sentó a las raíces de un frondoso árbol, cuya copa era de admirarse.
Logró observar a lo lejos como la luz de la luna se
distinguía en algunas hojas húmedas del camino.
Inmediatamente, escuchó un correteo como si algo o alguien
estuviera allí con él.
Serenado por el cigarrillo y la brisa, se levantó lenta y
cuidadosamente. Accionó el percutor por si las dudas, tomó su linterna y
comenzó a seguir el camino, intentando buscar alguna respuesta de lo que había
sucedido.
El hombre había encontrado rastros en la tierra, como si esa
cosa hubiese arrastrado sus manos por el suelo, lo cual era muy ilógico por
cómo estaban hechas las marcas.
Un escalofrío le erizó la piel. Nunca había sentido tal
pavor de esa manera, el cuerpo se le paralizaba, estaba completamente abordado
por el terror.
Cuanto más se adentraba en el misterio, más temía por su
vida y por la de su esposa.
De un momento a otro, sintió un golpe en la espalda muy
fuerte. Cayó al piso, desplomado.
Cuando se despertó era atardecer, y había ido al bosque por
la noche, lo que significaba que había estado toda la noche y toda la mañana en
esa cabaña.
Si, estaba en una cabaña, en la legendaria cabaña.
Él nunca hacia caso a los rumores y menos de ese género,
para el eran pura mierda.
Se levantó padeciendo un fuerte dolor estomacal y un
terrible dolor en la espalda ocasionado por el golpe, suponía.
No sabía que lo había causado y no tenía mucha importancia
en ese momento. Lo único que quería era volver a su cabaña y verle el rostro a
Rocio, su esposa.
La cabaña era cuadrada, simple. Había dos ventanas a los
costados y una puerta en frente, como era de esperarse.
Intentó abrir la puerta, nada. Intentó con las ventanas,
tampoco. Intentó golpeando las ventanas, la puerta, las paredes, gritando,
suplicando, absolutamente nada.
Luego de 3 horas agonizando, se dio cuenta que no tenía su
linterna. Sólo tenía su arma con 1 bala en el cañón, un cigarrillo y una caja
de fósforos que había encontrado en esa cabaña posteriormente.
En el interior de la caja de fósforos, había un papel maltrecho
que en él decía: “Anhela el alma, es barata” “Disfruta de cada momento como si
fuese el último.”.
No sabía si era un spot publicitario o una broma de mal
gusto, pero ya había sufrido lo suficiente como para que lo fuera.
Derribado, el hombre se tiró en el suelo.
Viendo su arma y como la vida se le consumía como aquel
cigarrillo que había encendido, recordaba a Rocio. Ella era lo único que él tenía
en este mundo.
Él siempre lo decía, decía que no valía la pena vivir sin
ella.
Rápidamente comenzó a llorar. El simple hecho de pensar que
no podría volver a verla de nuevo lo estaba aniquilando por dentro, algo tenía
que hacer para ponerle punto final a tal agonía.
Dio su última pitada, se puso de pie, rezó su último Padre
Nuestro y como buen cristiano se encomendó a su Fé en Dios.
Cerró sus ojos irritados de tanto llorar, levantó su arma
con su brazo maltrecho y desnutrido y lo único que se logró escuchar en esa
habitación fue el eco retumbando en los sesos del joven.
Horas después, Rocio finalmente logró encontrar una cabaña.
Si, la cabaña.
A lo lejos lograba distinguir una silueta en el suelo, ya
que la puerta estaba abierta.
-
No, no
puede ser él.
Susurró en voz baja y temblorosa.
A medida que se iba acercando
corriendo, sentía como el alma se le escapaba del cuerpo. Sentía como moría lentamente
por dentro.
Ni bien logró distinguir que era
su esposo, se tiró sobre el cansado y desnutrido cuerpo.
Al compás de un fuerte abrazo,
las lágrimas brotaban de ella como las hojas de los árboles brotan en
primavera.
Se quedó allí quién sabe por cuánto
tiempo, haciéndole compañía a la nada, muriendo poco a poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario