sábado, 27 de abril de 2013

DICEN QUE DICEN.


Cuenta la leyenda que a lo lejos, en el corazón del bosque, hay una cabaña. Muchos dicen que está abandonada, pero otros dicen lo contrario.
Varios testigos han declarado que han visto a una figura misteriosa salir a la luz de la luna. Lo vieron corretear entre los árboles, escurriéndose en el bosque hasta el punto en que su figura ya no se distinguiera.
Otros dicen que es sólo una leyenda, y que la gente que lo inventa no está cuerda, pero hubo un testigo que no solo fue testigo ocular de lo que narraba, sino que tuvo un acercamiento más pronunciado para con esta criatura.
El hombre había salido a caminar por el bosque a eso de las 1:30 a.m. ya que sufría de insomnio. Salió esa noche solo con la compañía de su abrigo, unos cigarrillos, una linterna, su arma y la luz de la luna.
No quería explorar el bosque y mucho menos encontrarse con esa criatura. Su intención no fue ir a buscarla, de hecho, no estaba informado de la leyenda y de los numerosos testimonios que habían sido registrados aquella última semana.
Acogido por la brisa de la madrugada, encendió un cigarrillo y se sentó a las raíces de un frondoso árbol, cuya copa era de admirarse.
Logró observar a lo lejos como la luz de la luna se distinguía en algunas hojas húmedas del camino.
Inmediatamente, escuchó un correteo como si algo o alguien estuviera allí con él.
Serenado por el cigarrillo y la brisa, se levantó lenta y cuidadosamente. Accionó el percutor por si las dudas, tomó su linterna y comenzó a seguir el camino, intentando buscar alguna respuesta de lo que había sucedido.
El hombre había encontrado rastros en la tierra, como si esa cosa hubiese arrastrado sus manos por el suelo, lo cual era muy ilógico por cómo estaban hechas las marcas.
Un escalofrío le erizó la piel. Nunca había sentido tal pavor de esa manera, el cuerpo se le paralizaba, estaba completamente abordado por el terror.
Cuanto más se adentraba en el misterio, más temía por su vida y por la de su esposa.
De un momento a otro, sintió un golpe en la espalda muy fuerte. Cayó al piso, desplomado.
Cuando se despertó era atardecer, y había ido al bosque por la noche, lo que significaba que había estado toda la noche y toda la mañana en esa cabaña.
Si, estaba en una cabaña, en la legendaria cabaña.
Él nunca hacia caso a los rumores y menos de ese género, para el eran pura mierda.
Se levantó padeciendo un fuerte dolor estomacal y un terrible dolor en la espalda ocasionado por el golpe, suponía.
No sabía que lo había causado y no tenía mucha importancia en ese momento. Lo único que quería era volver a su cabaña y verle el rostro a Rocio, su esposa.
La cabaña era cuadrada, simple. Había dos ventanas a los costados y una puerta en frente, como era de esperarse.
Intentó abrir la puerta, nada. Intentó con las ventanas, tampoco. Intentó golpeando las ventanas, la puerta, las paredes, gritando, suplicando, absolutamente nada.
Luego de 3 horas agonizando, se dio cuenta que no tenía su linterna. Sólo tenía su arma con 1 bala en el cañón, un cigarrillo y una caja de fósforos que había encontrado en esa cabaña posteriormente.
En el interior de la caja de fósforos, había un papel maltrecho que en él decía: “Anhela el alma, es barata” “Disfruta de cada momento como si fuese el último.”.
No sabía si era un spot publicitario o una broma de mal gusto, pero ya había sufrido lo suficiente como para que lo fuera.
Derribado, el hombre se tiró en el suelo.
Viendo su arma y como la vida se le consumía como aquel cigarrillo que había encendido, recordaba a Rocio. Ella era lo único que él tenía en este mundo.
Él siempre lo decía, decía que no valía la pena vivir sin ella.
Rápidamente comenzó a llorar. El simple hecho de pensar que no podría volver a verla de nuevo lo estaba aniquilando por dentro, algo tenía que hacer para ponerle punto final a tal agonía.
Dio su última pitada, se puso de pie, rezó su último Padre Nuestro y como buen cristiano se encomendó a su Fé en Dios.
Cerró sus ojos irritados de tanto llorar, levantó su arma con su brazo maltrecho y desnutrido y lo único que se logró escuchar en esa habitación fue el eco retumbando en los sesos del joven.
Horas después, Rocio finalmente logró encontrar una cabaña. Si, la cabaña.
A lo lejos lograba distinguir una silueta en el suelo, ya que la puerta estaba abierta.
-            No, no puede ser él.
Susurró en voz baja y temblorosa.
A medida que se iba acercando corriendo, sentía como el alma se le escapaba del cuerpo. Sentía como moría lentamente por dentro.
Ni bien logró distinguir que era su esposo, se tiró sobre el cansado y desnutrido cuerpo.
Al compás de un fuerte abrazo, las lágrimas brotaban de ella como las hojas de los árboles brotan en primavera.
Se quedó allí quién sabe por cuánto tiempo, haciéndole compañía a la nada, muriendo poco a poco.

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